lunes, 19 de abril de 2010

¿Tenemos que resignarnos ante la violencia en El Salvador?



Quizá lo más grave es que nos hemos acostumbrado a considerar la violencia como algo inevitable con lo que estamos condenados a convivir.

¿Qué hacer ante una situación tan grave? Muchos compatriotas ponen su confianza en las armas; otros abandonan su actual residencia y buscan seguridad en otra parte; y crece el número de quienes se ven obligados a buscar nuevos horizontes fuera del país, dejando muchas veces a su familia en situación precaria y corriendo graves riesgos en el camino. Esta migración forzada a menudo causa estragos en la institución familiar. Con familias incompletas o desintegradas que, por lo mismo, no pueden cumplir cabalmente su insustituible misión, el futuro se vuelve cada vez más incierto.

¿No estamos caminando quizá hacia una disolución de la sociedad? Vale para nosotros la frase memorable que pronunció el Siervo de Dios Juan Pablo II en Cuba: Cuida la familia para que mantengas sano tu corazón. Sí, la familia es el corazón de la patria.

La juventud también está inquieta porque la violencia arrebata sobre todo vidas jóvenes. Además, debido a la pobreza y la falta de oportunidades –que son otra forma de violencia-, numerosos jóvenes ven truncados sus sueños de terminar los estudios o de conseguir un empleo digno; su frustración se manifiesta, en no pocos casos, en el fenómeno de la drogadicción y la violencia juvenil. Quizá lo más preocupante es que muchos jóvenes –muchachos y muchachas- han perdido el sentido de la vida y deambulan por calles y plazas sin esperanza.

Como hombres de fe, estamos convencidos de que esta dramática realidad puede ser transformada si todos y cada uno asumimos, con lucidez y valentía, nuestras responsabilidades: las autoridades, las Iglesias, la familia, la escuela, los dirigentes políticos, la sociedad civil, los medios de comunicación social, etc.

¿Qué se ha hecho hasta ahora? Hemos visto algunos esfuerzos en los niveles legislativo, ejecutivo y judicial. La valoración de los mismos es diversa. También se han dado algunas iniciativas en sectores de la sociedad civil y en el seno de diversas denominaciones religiosas.

Ante el clamor ciudadano, el Gobierno ha puesto en marcha distintas iniciativas para poner remedio a esta plaga. Sin embargo, los resultados no son los que se esperaban. Incluso las estadísticas oficiales indican que el número de homicidios va en aumento. Las acciones contra las pandillas juveniles o maras han estado en el centro de la estrategia de las autoridades de seguridad pública, pero da la impresión de que las acciones violentas han generado más violencia.

Solicitamos a nuestras autoridades gubernamentales una política que concretice los programas de prevención, rehabilitación e inserción social con una suficiente inversión económica y otros recursos que aseguren la solución del problema de la violencia que sufre el país.

En el seno de la sociedad civil constatamos que desde hace algún tiempo se están realizando investigaciones, mesas de diálogo, seminarios y toda clase de foros para analizar, desde distintos ángulos, el complejo fenómeno de la violencia. De esta manera se pretende encontrar las mejores soluciones e impulsar iniciativas que hagan frente a tan grave problema. Vemos con simpatía estos esfuerzos y los alentamos. Al mismo tiempo pedimos que se hagan con sentido patriótico, dejando de lado intereses personales o de grupo. En un asunto tan delicado, debe prevalecer la búsqueda sincera del bienestar de la nación.

Ha llegado el momento de dar un paso audaz y decidido hacia una visión integral del problema: urge ponerse de acuerdo sobre el diagnóstico, su interpretación y las posibles soluciones para hacer frente con lucidez y determinación a esta epidemia social. Solamente con el concurso de todos podremos vencer este terrible flagelo a fin de alcanzar lo que tanto deseamos: una sociedad sin violencia.

“No te dejes vencer por el mal…”

Nuestra primera palabra viene de la revelación, a través de San Pablo, cuando exhorta a la comunidad cristiana de Roma : No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rom 12, 21). Lo proclamamos en voz alta porque nos estamos acostumbrando a ver como normal e inevitable que se viole sin compasión el primero de los derechos humanos, el derecho a la vida. ¿Cómo podemos mirar con indiferencia o resignación que se atropelle de esta manera la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios? Debemos tener la firme convicción de que la violencia no es algo fatal: es posible vencer al mal con el bien.

Este es el tema que el llorado pontífice Juan Pablo II escogió para la Jornada Mundial de la Paz del presente año. En el Mensaje que escribió para explicar dicho tema, el Santo Padre afirma que la paz se construye con esfuerzo:

La paz es el resultado de una dura batalla, que se gana cuando el bien derrota al mal… La paz es un bien que se promueve con el bien: es un bien para las personas, las familias, las naciones de la tierra y para toda la humanidad; pero es un bien que se ha de custodiar y fomentar mediante iniciativas y obras buenas
(Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2005, n. 1).

Afirma también que debemos llamar al mal por su nombre:

El mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo por mecanismos deterministas e impersonales. El mal pasa por la libertad humana…. El mal tiene siempre un rostro y un nombre: el rostro y el nombre de los hombres y mujeres que libremente lo eligen (ibid., 2).

Con realismo, el Papa reconoce que en el mundo de hoy el mal parece llevar la delantera:

Al contemplar la situación actual del mundo no se puede ignorar la impresionante proliferación de múltiples manifestaciones sociales y políticas del mal: desde el desorden social a la anarquía, desde la injusticia a la violencia y a la supresión del otro (ibid., 3).

Sin embargo, con lenguaje profético, responde:

Para conseguir la paz es preciso afirmar con lúcida convicción que la violencia es un mal inaceptable y que nunca soluciona los problemas. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad.

Al mismo tiempo, señala el camino a seguir:

Por tanto, es importante promover una gran obra educativa de las conciencias, que forme a todos en el bien, especialmente a las nuevas generaciones, abriéndoles al horizonte del humanismo integral y solidario que la Iglesia indica y desea.

A la luz de esta inspiradora propuesta podemos descubrir algunas de las mayores debilidades de las medidas tomadas hasta ahora. El humanismo integral y solidario nos ofrece un enfoque diferente del que ha predominado hasta hoy en el combate a la violencia. Escuchemos de nuevo al Siervo de Dios Juan Pablo II:

Para promover la paz, venciendo el mal con el bien, hay que tener muy en cuenta el bien común y sus consecuencias sociales y políticas. En efecto, cuando se promueve el bien común en todas sus dimensiones, se promueve la paz… En cierta manera, todos están implicados en el trabajo por el bien común, en la búsqueda constante del bien ajeno como si fuere el propio.

Es evidente que el Estado no puede renunciar a sus obligaciones, puesto que es el principal responsable del bien común de la población:

Dicha responsabilidad compete particularmente a la autoridad política, a cada una en su nivel, porque está llamada a crear el conjunto de condiciones sociales que consientan y favorezcan en los hombres y mujeres el desarrollo integral de sus personas… El bien común exige, por tanto, respeto y promoción de la persona y de sus derechos fundamentales.

Una de las reflexiones más sugestivas del Santo Padre se refiere al concepto de ciudadanía mundial:

Basta que un niño sea concebido para que sea titular de derechos, merezca atención y cuidados, y que alguien deba proveer a ello.

¿Qué implica esta búsqueda del bien común? El Papa señala uno de los objetivos de desarrollo que se plantean en las Metas del Milenio, el desafío de la pobreza, tema que acaba de ser debatido en la asamblea general de las Naciones Unidas. En el año dos mil, los gobernantes del mundo se comprometieron a reducir a la mitad el número de pobres antes de 2015. El Papa está de acuerdo:

La Iglesia apoya y anima este compromiso e invita a los creyentes en Cristo a manifestar, de modo concreto y en todos los ámbitos, un amor preferencial por los pobres.

Hemos recorrido algunos pasajes claves del Mensaje del Santo Padre para invitar a toda la comunidad salvadoreña a superar el pesimismo y el derrotismo. El humanismo integral y solidario que propone la Iglesia, aplicado al tema que nos ocupa, abre un horizonte de esperanza y señala algunos de los caminos que debemos recorrer. La dignidad humana, el respeto a la vida, la solidaridad, la subsidiaridad, la búsqueda del bien común sobre todo de las familias más pobres y la educación de las conciencias, son algunos de los criterios que debemos asumir con valentía y generosidad para poder vencer al mal con el bien (Rom 12, 21).

(de la carta pastoral de los obispos Salvadoreños "No te dejes vencer por el mal")

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